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sábado, 7 de noviembre de 2009

Historia Social General: Teorico 21"La violencia nazi"

La guillotina y la muerte en serie.
Detrás del espectáculo y de la fiesta de la masacre, la guillotina oculta el inicio de un giro histórico por el cual la revolución industrial entra en el campo de la pena capital. La ejecución mecanizada, serializada, dejará pronto de ser un espectáculo, una ceremonia del sufrimiento, para convertirse en un procedimiento técnico del asesinato en cadena, impersonal, eficaz, silencioso y rápido. El resultado final será la deshumanización de la muerte. Los hombres, desplazados del género humano, fueron exterminados como animales a partir de entonces.
La historia de la guillotina refleja de modo paradigmático la dialéctica de la razón. Al final de un largo debate de la sociedad en el cual el cuerpo médico había tenido un papel destacado, la guillotina llega para coronar la lucha de los filósofos contra la inhumanidad de la tortura. Durante siglos, las monarquías y la iglesia habían desplegado sus esfuerzos para hacer más sofisticados los aparatos de tortura y aumentar así los sufrimientos de los torturados. Dado que la guillotina lograba condensar la ejecución en un instante y eliminar casi por completo el sufrimiento, se la aceptó como un progreso de la humanidad y la razón.
La guillotina revela el abismo de una muerte sin aura. Es el fin de la muerte espectáculo, de la actuación realizada por el artista-verdugo, de la representación única y sagrada del terror; del inicio de la era de las masacres modernas, en las que la ejecución indirecta, cumplida técnicamente, elimina el horror de la violencia visible y abre camino a la multiplicación infinita. Las cámaras de gas son la aplicación de este principio en la época del capitalismo industrial. Con la deshumanización técnica de la muerte, los crímenes más inhumanos serán crímenes “sin hombres”.

La prisión y la disciplina de los cuerpos.
Muchos historiadores analizaron el proceso por el que, a lo largo del s. XIX surge la institución carcelaria como lugar cerrado, laboratorio de una “técnica de coerción de los individuos”. Durante la primera mitad del s. XIX, Gran Bretaña se dotó de una amplia red de “casas de trabajo” en las que se internó a centenares de miles de personas. Las fábricas, alrededor de las cuales se levantaron ciudades nuevas, conocieron un desarrollo impresionante. Cárceles, cuarteles, fábricas, todos estos lugares estaban regidos por el mismo principio de encierro, la disciplina del tiempo y de los cuerpos, la división racional y la mecanización del trabajo, la jerarquía social, la sumisión de los cuerpos por las máquinas. Ninguna de estas instituciones sociales muestra las huellas de la degradación del trabajo y del cuerpo inherente al capitalismo.
Marx y Engels vincularon la disciplina de la fábrica capitalista con la del ejército y la del obrero con la del soldado. Al principio del capitalismo “masas de obreros se amontonan en las fábricas donde se los organiza como si fueran soldados; simples soldados de la industria ubicados bajo la supervisión de suboficiales y oficiales”. El proyecto panóptico de Bentham aparece como el signo que anunciaba un nuevo sistema de control social y de disciplina de los cuerpos, concebido como un modelo de transparencia represiva válido para el conjunto de la sociedad. Este sistema era útil tanto para las fábricas y escuelas. El dispositivo panóptico pretendía ser, al mismo tiempo, lugar de producción y lugar de disciplina de los cuerpos y las mentes para someterlos a los nuevos dioses mecánicos de la economía capitalista.
Este nuevo tipo de cárcel debía desarrollarse durante la primera fase del capitalismo industrial, cuando las clases trabajadoras se volvieran “clases peligrosas” y los establecimientos penitenciarios comenzaron a llenarse con una población heterogénea, compuesta de figuras sociales refractarias a los nuevos modelos disciplinarios. Por un lado, la resistencia al sistema fabril y la dislocación de las comunidades rurales habían producido un notable aumento de la marginalidad social, la “criminalidad” y, por ende, la población carcelaria; por el otro, el advenimiento de las máquinas habían hecho caer abruptamente la rentabilidad de los trabajos forzados.
Las cárceles conservaban la racionalidad autoritaria de la fábrica y del cuartel, pero modificando su función; el trabajo carcelario no se concebía más como fuente de beneficio sino como castigo y como método de tortura. Los detenidos estaban obligados a desplazar enormes piedras sin otro fin que regresarlas al punto de partida, o a accionar, durante largas jornadas, bombas que no hacían otra cosa que volver el agua a la fuente de origen. El reformador Pearson había elaborado un programa que apuntaba a desviar a las clases populares del crimen por medio del terror:
“Para domar a los animales más salvajes, los privamos de sueño; no hay criminal que no exprese repugnancia hacia la monotonía de una vida que lo obliga a dormir poco y al respeto de un horario establecido. Propongo que descanse en una cama dura, que se lo alimente con raciones mínimas de pan negro y agua, debiera llevar ropas de prisionero, gruesas y de colores desagradables…”

La consecuencia de la difusión de estas prácticas represivas fue un considerable aumento de la tasa de mortalidad en las cárceles, evidente en los registros de todos los países europeos. Las cárceles de principios del s. XIX, en las que el trabajo, a menudo sin finalidad productiva, se concebía exclusivamente con un objetivo de persecución y humillación, constituyen los antecedentes históricos del moderno sistema concentracionario. El elemento común entre estas cárceles y los campos de concentración nazi es la “violencia inútil”, control de equipo militar, castigos, ausencia total de libertad, uniforme, marca en los cuerpos, condiciones de vida inhumanas y humillación”. Existe una diferencia sustancial entre sus finalidades: el disciplinamiento en un caso, el aniquilamiento en el otro.

Digresión sobre el sistema concentracionario nazi.
Alemania se trasformó progresivamente en un sistema esclavista moderno que inyectó masivamente la fuerza de trabajo extranjera en la economía de la guerra. Las “fuerzas del trabajo” formaban un ejército variado, formado por civiles de los países ocupados, prisioneros de guerra y deportados. En abril de 1942, el nazismo decidió colocar el sistema de los campos de concentración con la tarea de hacer productivo el trabajo que hasta entonces sólo había sido punitivo y para disciplinar a los detenidos. En el interior de los campos de concentración, las SS empleaban las fuerza del trabajo y, de este modo, disponían de una numerosa mano de obra utilizable a discreción sumamente barata. Muchas grandes empresas instalaron sus talleres de producción en los campos y éstos se multiplicaron como hongos alrededor de las zonas industriales. En 1944 aproximadamente la mitad de los deportados de los campos de concentración trabajaba para la industria privada.
Los prisioneros de guerra y los deportados políticos y raciales estaban sometidos a condiciones de esclavitud moderna, lo que se podría llamar “taylorismo”. Según el paradigma taylorista la fuerza de trabajo estaba segmentada y jerarquizada en base a las diferentes funciones del proceso de producción y, como en la esclavitud, la alienación de los trabajadores era total. A diferencia de la esclavitud clásica, los deportados no constituían una mano de obra destinada a reproducirse, sino a consumirse hasta su agotamiento, en el marco de un auténtico exterminio a través del trabajo.
Toda existencia de los campos de concentración nazis estuvo marcada por una tensión constante entre trabajo y exterminio. Estos campos, que habían surgido como lugares punitivos y que luego, durante la guerra, fueron convertidos en centros de producción, se transformaron de facto en centros de exterminio por el trabajo. Esta contradicción, vinculada con el sistema policrático del poder nazi, se traducía, por un lado, en la racionalización totalitaria de la economía impulsada por Speer y, por el otro, en el orden racial establecido por Himmler.

La fábrica y la división del trabajo.
La guillotina marca el primer paso hacia la serialización de las prácticas de matar; Auschwitz constituye su epílogo industrial en el período fondista del capitalismo. La transición fue larga y tiene varias etapas intermedias. La más importante, durante la segunda mitad del s. XIX, fue sin duda la racionalización de los mataderos. Su desplazamiento hacia los suburbios se sumaba a la idea de la concentración y de la drástica reducción de su número. Este desplazamiento de los mataderos hacia fuera de los centros urbanos coincidía con su racionalización; comenzaban a funcionar como verdaderas fábricas. Allí se exterminaba a los animales en serie, según procedimientos estrictamente racionalizados. La matanza industrial trataba de ser masiva y anónima, técnica y, en la medida de lo posible, indolora, invisible e idealmente inexistente. En los campos de concentración nazis eran como mataderos en los que se mataban hombres desplazados del género humano como si fueran animales: un matadero para seres humanos.
Los campos de concentración funcionaban como fábricas de la muerte, lejos de la vista de la población civil; en ellos la producción y la eliminación industrial de cadáveres reemplazaban la producción de mercancías. Según los principios tayloristas, el sistema de matar se dividía en varias etapas: concentración, deportación, expoliación de los bienes de las víctimas, recuperación de ciertas partes del cuerpo, gaseado e incineración de los cadáveres; todo con el fin de aumentar el rendimiento.
Auschwitz presenta entonces afinidades esenciales con la fábrica, como lo indican de modo evidente su arquitectura, con sus chimeneas y sus barracas alineadas en columnas simétricas y su localización en medio de una zona industrial y de una importante red ferroviaria.
Como en una fábrica taylorista, la distribución de las tareas completaba la racionalización del tiempo. Un equipo disponía de algunos minutos para incinerar los cadáveres mientras que otro miembro controlaba que se respetara la cadencia.
Si bien la lógica de los campos de exterminio no era evidentemente la misma que la de una empresa capitalista, su funcionamiento adoptó la estructura y los métodos de la fábrica. En los campos de la muerte se operaba la “transformación de los hombres en materia prima”. La masacre industrial no se desarrollaba como una matanza de seres humanos en el sentido tradicional del término sino como una “producción de cadáveres”. Si bien una de las condiciones históricas del capitalismo moderno es la separación del trabajador de los medios de producción, el taylorismo introdujo una nueva etapa que consistió en disociar al obrero del control del proceso de trabajo; abrió de este modo el camino a la producción en serie del sistema fondista. El ideal de Taylor era un obrero descerebrado, privado de toda autonomía intelectual y apenas capaz de cumplir mecánicamente operaciones estandarizadas; según sus propias palabras, un “gorila amaestrado”.

La administración racional.
Como toda empresa, la fábrica productora de muerte contaba con una administración racional fundada en los principios del cálculo, especialización, segmentación de las tareas en una serie de operaciones parciales, aparentemente independientes pero coordinadas. Los agentes de este aparato burocrático no controlaban el proceso en su conjunto y cuando conocían su finalidad se justificaban diciendo que ellos no tenían responsabilidad alguna, que ejecutaban órdenes o que su función era limitada y parcial y que nada tenía que ver con lo criminal.
Weber consideró esta diferencia moral como un rasgo constitutivo de la moderna burocracia especializada y, por consiguiente, irremplazable pero separada de sus medios de trabajo y ajena a la finalidad de su acción.
La burocracia tuvo un papel irremplazable en el genocidio de los judíos en Europa. El proceso de exterminio halló en la burocracia su principal órgano de transmisión y ejecución. La burocracia organizó la aplicación de las leyes de Nuremberg, el censo de los judíos, las expropiaciones a los judíos en el marco de las medidas de “arianización” de la economía, las operaciones de guetización y luego de deportación, la gestión de los campos de concentración y de los centros de matanza.
Así, la burocracia fue el instrumento de la violencia nazi y este instrumento era un producto auténtico de lo que debe ser llamado el proceso de civilización: la sociogénesis del Estado, la racionalización administrativa, el monopolio estatal de los medios de dominación y de la violencia y el autocontrol de las pulsiones.

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