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miércoles, 26 de agosto de 2009

Practico 9 Historia Social General"Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial"

¿Cuál o cuales son las preguntas que orientan el trabajo de investigación y frente a que interpretaciones acerca de los cambios en la percepción del tiempo se las plantea?
¿Hasta qué punto, y en qué formas, afectó los cambios en el sentido del tiempo a la disciplina de trabajo, y hasta qué punto influyó en la percepción interior del tiempo de la gente trabajadora?
Si la transición a la sociedad industrial madura supuso una severa reestructuración de los hábitos de trabajo, ¿hasta qué punto está todo esto en relación con los cambios en la representación interna del tiempo?

¿Que representaciones del tiempo se producen en las sociedades primitivas; a que llama el autor “orientación al quehacer”, y que modificaciones surgen con el trabajo contratado?
Entre los pueblos primitivos la medida del tiempo está generalmente relacionada con los procesos habituales del ciclo del trabajo o tareas domésticas. De esta forma se desarrollan los términos en que se miden los intervalos de tiempo:
• En Madagascar una forma de medir el tiempo es “una cocción de arroz” (media hora) o “la fritura de una langosta” (un momento).
• En Chile del S. XVII, el tiempo se medía con la frecuencia en credos.
• En Birmania, los monjes se levantaban al amanecer “cuando hay suficiente luz para ver las venas de las manos”.
La orientación al quehacer se refiere a las distintas notaciones del tiempo que proporcionan las diferentes situaciones de trabajo y su relación con los “ritmos naturales” en sociedades campesinas y en industrias pequeñas y domésticas. Ej.: Los cazadores utilizan ciertas horas de la noche para colocar sus trampas, los pueblos pescadores y marineros tienen que integrar sus vidas a las mareas.
Hay dos puntos sobre la orientación del quehacer:
• En cierto sentido, es más comprensible humanamente que el trabajo regulado por horas. El campesino o trabajador parece ocuparse de lo que es una necesidad constatada.
• Parece mostrar una demarcación menor entre “trabajo” y “vida”. Las relaciones sociales y el trabajo están entremezclados y no hay diferencias entre “trabajo” y pasar el tiempo”.
La orientación al quehacer se hace más compleja cuando el trabajo es contratado. La economía familiar del pequeño agricultor puede estar en términos generales orientada al quehacer; pero dentro de ella puede existir una división del trabajo, así como una relación patrón-empleado entre el campesino y sus hijos. Incluso en este caso empieza el tiempo a convertirse en dinero, dinero del patrón: el tiempo es reducido a dinero.

¿Que implicancias socio-culturales tuvo la difusión del uso de relojes desde el S XIV?
Desde el S. XIV en adelante se erigieron relojes en iglesias y lugares públicos. Durante el S. XVII las iglesias tocaban las campanas al alba y al toque de queda. En los distritos textiles se utilizaban los cuernos de las fábricas para despertar a la gente por la mañana.
En cuanto a relojes de bolsillo, por esa época eran todavía muy imprecisos pero su uso se preferían por los adornos y la riqueza de su diseño a la mera funcionalidad.
El registro del tiempo pertenecía a mediados del siglo a la gente acomodada, patronos, agricultores y comerciantes; y es posible que la complejidad de los diseños y la preferencia por los metales preciosos, fueran formas intencionadas de acentuar el simbolismo de estatus.
Había muchas maquinarias para medir el tiempo hacia 1800: el énfasis se iba trasladando de “lujo” a la “conveniencia”. Se generalizó el uso de los relojes en el momento exacto en que la Revolución Industrial exigía una mayor sincronización del trabajo.
Además, el reloj era el banco del pobre, una inversión de sus ahorros; en épocas malas podía venderse o empeñarse.

¿Por qué sostiene el autor que el ciclo irregular de la semana de trabajo provocaba los lamentos de los moralistas y mercantilistas del S XVII y XVIII? ¿Que relación se puede establecer con el disciplinamiento del trabajo y la organización obrera?
La atención que se presta al tiempo en la labor depende en gran medida de la necesidad de sincronización del trabajo. Pero mientras las industrias manufactureras se mantuvieron en una escala doméstica o de pequeño taller, sin una intrincada subdivisión de la producción, el grado de sincronización que se requería era leve, y prevalecía la orientación al quehacer.
Un mismo trabajador o grupo familiar tenían una multiplicidad de tareas subsidiarias en una cabaña o taller. Incluso en talleres mayores, los hombres trabajaban en ocasiones en labores distintas en sus propias bancas o telares, y podían permitirse cierta flexibilidad en las entradas y salidas. Esta irregularidad general debe inscribirse en el ciclo irregular de la semana de trabajo que provocaban tantos lamentos de moralistas y mercantilistas en los siglos XVII y XVIII.
En la norma de trabajo se alternaban las tandas de trabajo intenso con la ociosidad, donde quiera que los hombres controlaran sus propias vidas con respecto a su trabajo.
También existía el San Lunes, de pocos oficios se dice que no hagan honor a San Lunes: zapateros, alfareros, sastres, carboneros, trabajadores de imprenta, calceteros, cuchilleros, etc. Parece ser que, de hecho, San Lunes era venerado casi universalmente dondequiera que existieran industrias en pequeña escala, domésticas y a domicilio; se observaba generalmente en las minas y alguna vez continuó en industrias fabriles y pesadas. Este ritmo de trabajo irregular se asocia generalmente al abundante beber del fin de semana: San Lunes es uno de los blancos de muchos tratados victorianos de abstinencia.

¿Cuál es la situación de los trabajadores rurales y las mujeres?
El bracero rural no gozaba del San Lunes. El mozo agrícola o el bracero asalariado fijo, que trabajaba sin descanso las horas estatuidas completas o más, que no poseía derechos comunales o parcela alguna y que vivía en un cottage vinculado, estaba sin duda sujeto a una intensa disciplina laboral, tanto en el S. XVII como en el XIX.
El trabajo más arduo y prolongado de la economía rural era el de la mujer del bracero. Una parte de aquél era el más orientado al quehacer. Otra parte estaba en los campos, de los cuales tenía que volver para ocuparse de nuevas tareas domésticas.
Una forma tal de trabajar era sólo soportable porque parte del mismo, los niños y la casa, se revelaba como necesario e inevitable, más que como una imposición externa.

¿Cómo señala el autor que debe entenderse la “transición” hacia la sociedad industrial capitalista, que papel desempeña la escuela al respecto, y que tipo de resistencias señala?
Es cierto que la transición a la sociedad industrial madura exige un análisis en términos sociológicos así como económicos. Nunca hubo un sólo tipo de “transición”. La tensión de ésta recae sobre la totalidad de la cultura: la resistencia al cambio y el asentamiento al mismo surge de la cultura entera. Y ésta incluye un sistema de poder, relaciones de propiedades e instituciones religiosas, etc.
Lo que se examina no sólo son los cambios producidos en las técnicas de manufactura que exigían una mayor sincronización de trabajo y mayor exactitud en la observación de las horas de todas las sociedades, sino también la vivencia de esos cambios en la sociedad del naciente capitalismo industrial.
Entre los “mandatos” de la sociedad industrial capitalista, surgían aquellas que pregonaban que “el trabajador no debe perder el tiempo ociosamente en el mercado o malgastarlo cuando compra” o que “es de perezoso pasar la mañana en la cama”. Fue sin duda un preludio de los moralistas hacia las costumbres, deportes y fiestas populares de la sociedad.
Una institución no industrial que podía emplearse para inculcar la “economía del tiempo” fue la escuela. Ésta obligaba a sus alumnos temas como la Industriosidad, Sobriedad, Orden y Regularidad. Se consideró a la educación como un “entrenamiento en el hábito de la industriosidad”; cuando el niño llegara a los seis o siete años debía estar acostumbrado al trabajo y a la fatiga.
La embestida, desde tan varias direcciones, a los antiguos hábitos de trabajo de las gentes no quedó sin oposición. En una primera etapa se encontró una simple resistencia. Pero en la siguiente, mientras se impone la nueva disciplina del tiempo, los trabajadores empiezan a luchar, no contra las horas, sino sobre ellas. En los oficios artesanos mejor organizados, no hay duda que se acortaron progresivamente las horas en el siglo XVIII con el avance del asociacionismo.

¿Cuáles son los diferentes discursos moralistas que tienden a la interiorización del disciplinamiento de la fuerza de trabajo?

Mucho antes que el reloj de bolsillo estuviera al alcance del artesano, los puritanos ofrecían su propio reloj moral interior a cada hombre.
Diversos discursos se dieron:
• El hombre se hace rico cuando ha hecho uso de su tiempo.
• El tiempo no perdura, sino que vuela rápido; pero lo que es perpetuo depende de él.
• Que tus horas de sueño sean sólo tantas como exige tu salud; pues no se debe perder un tiempo precioso con innecesaria inercia.

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