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domingo, 30 de agosto de 2009

Teorico Historia Social General:"La formacion de la clase obrera en inglaterra"

John Thelwall no era el único que veía en cada “manufactura” un centro potencial de rebelión política. La fábrica encarnaba una doble amenaza hacia el orden establecido. En primer lugar la de los propietarios de la riqueza industrial, aquellos advenedizos que gozaban de una injusta ventaja sobre los terratenientes cuyo ingreso dependía de los libros del registro de sus rentas. En segundo lugar, la amenaza de la población obrera industrial.
La correlación entre la fábrica de algodoneros y la nueva sociedad industrial, y la correspondencia entre las nuevas formas de relaciones de producción y sociales era algo común entre los observadores, entre 1790 y 0850. Y no sólo era el propietario de la fábrica lo que les parecía “nuevo” a los contemporáneos, sino también la población obrera que se había establecido en las fábricas y alrededor de ellas.
En las décadas de 1830 y 1840, los observadores todavía se sorprendían ante la novedad del “sistema fabril”. La máquina de vapor había “reunido a la población en densas masas”. Las consecuencias humanas de esas innovaciones son:

La población, como el sistema al que pertenece es nueva; pero está creciendo por momentos en extensión y fuerza. Es un agregado de multitudes, que nuestras ideas expresan con términos que sugieren algo amenazador y pavoroso. Hay poderosas energías que yacen inactivas en esas masas. La población manufacturera no es nueva únicamente en su formación: es nueva en sus hábitos de pensamiento y acción, que han sido conformados por las circunstancias de su condición, con porca instrucción, y menor guía, a partir de influencias exteriores.

Los observadores conservadores, radicales y socialistas sugerían la misma ecuación: la energía a vapor y la fábrica de algodoneros = la nueva clase obrera. Se veía a los instrumentos físicos de la producción dando lugar, de forma directa y más o menos compulsiva, a nuevas relaciones sociales, instituciones y formas culturales. Quizá sea la escala e intensidad de esa agitación popular multiforme la que, más que cualquier otra cosa, ha dado lugar a la sensación de algún cambio catastrófico.
La fábrica de algodoneros aparece no ya como el agente de la Revolución industrial, sino también de la social; produce no sólo las mercancías, sino también el propio movimiento obrero. La revolución industrial, que empezó como una descripción, se invoca hoy como una explicación.
El algodón fue, desde luego, la industria puntera de la RI, y la fábrica de algodón sirvió de modelo básico para el sistema fabril. Sin embargo, no deberíamos dar por sentada cualquier correspondencia automática, o demasiado directa, entre la dinámica del crecimiento económico y la dinámica de la vida social o cultural. Porque medio siglo después del “avance decisivo” de la fábrica de algodón los trabajadores fabriles seguían siendo una minoría de la fuerza de trabajo adulta en la propia industria del algodón.
La cuestión es importante, porque el énfasis exagerado en la novedad de las fábricas de los algodoneros puede conducir a una subestimación de la continuidad de las tradiciones políticas y culturales en la formación de las comunidades obreras. Muchas de sus ideas y formas de organización habían sido ya adoptadas por los trabajadores a domicilio. Y es discutible si la mano de obra fabril “formó el núcleo del movimiento obrero” antes de los últimos años de la década de 1840.
En muchas ciudades, el núcleo real de donde el movimiento obrero extrajo ideas, organización y líderes estaba constituido por zapateros, tejedores, talabarteros, libreros, impresores y pequeños comerciantes. El vasto mundo del Londres radical no sacó su fuerza de las principales industrias pesadas sino de la multitud de oficios y ocupaciones menores.
Esa diversidad de experiencias ha llevado a algunos autores a poner en duda tanto la noción de una “revolución industrial” como la de una “clase obrera”.
Cuando se han tomado todas las precauciones oportunas, el hecho destacable del período comprendido entre 1790 y 1830 es la formación de la clase obrera. Esto se revela:
1. En el desarrollo de la conciencia de clase; la conciencia de una identidad de intereses a la vez entre todos esos grupos diversos de población trabajadora y contra los intereses de otras clases.
2. En el desarrollo de las formas correspondientes de organización política y laboral.
La formación de la clase obrera es un hecho de historia política y cultural tanto como económica. No nació por generación espontánea del sistema fabril. Tampoco debemos pensar en una fuerza externa (la RI) que opera sobre alguna materia prima de la humanidad, indeterminada y uniforme, y la transforma, finalmente, en una “nueva estirpe de seres”.
En toda esa época hay tres grandes influencias que actúan simultáneamente. Está el tremendo crecimiento demográfico, la RI en sus aspectos tecnológicos y la contra-revolución política de 1792 y 1832.
Tanto el contexto político como la máquina de vapor tuvieron una influencia determinante sobre la conciencia y las instituciones de la clase obrera que se estaba configurando. El pueblo estaba sometido, a la vez, a una intensificación de dos tipos de relaciones intolerables: las de explotación económica y las de opresión política. Las relaciones entre patrón y obrero se volvían más estrictas y menos personales; aunque es cierto que eso aumentaba la libertad potencial del trabajador, puesto que el jornalero agrícola o el oficial en la industria doméstica estaba “situado a medio camino entre la condición de siervo y la condición de ciudadano”, esa “libertad” hacía que percibiese más su no libertad. Pero en cada uno de los aspectos que buscase para resistir la explotación, se enfrentaba con las fuerzas del patrono o del estado, y normalmente con las dos.
La mayor parte de los trabajadores sintió la crucial experiencia de la RI en términos de cambio en la naturaleza y en la intensidad de la explotación. Los obreros sufrían de injusticias a través de los cambios en el carácter de la explotación capitalista: la ascensión de una clase de patronos que no tenían autoridad tradicional ni obligaciones; la creciente distancia entre el patrono y el hombre; la transparencia de la explotación en el origen de su nueva riqueza y poder; el empeoramiento de la condición de trabajador y sobre todo su pérdida de independencia, su reducción de la dependencia total con respecto a los instrumentos de producción del patrono; la parcialidad de la ley; la descomposición de la economía tradicional familiar; la disciplina, la economía, las condiciones y las horas de trabajo; la pérdida del tiempo libre y las distracciones; la reducción del hombre a la categoría de un “instrumento”.
Algunos de los conflictos más ásperos de aquellos años versaron sobre temas que no están englobados por las series del “coste de vida”. Los temas que provocaron la mayor intensidad de sentimiento fueron aquellos en los que estaban en litigio valores como las costumbres tradicionales, justicia, independencia, seguridad o economía familiar, más que simple temas de “pan y mantequilla”.
La relación de explotación puede verse que adopta formas distintas en contextos históricos diferentes, formas que están en relación con las formas correspondientes de propiedad y poder del Estado. La relación de explotación clásica de RI es despersonalizada, en el sentido de que no se admiten obligaciones durables de reciprocidad: de paternalismo o deferencia, o de intereses de “oficio”. El antagonismo se acepta como intrínseco a las relaciones de producción. Las funciones de dirección o supervisión exigen la represión de todos los atributos excepto aquellos que promueven la expropiación del máximo valor excedente del trabajo. El trabajador se ha convertido en un instrumento, o una entrada entre las demás partidas de coste.
Se hablaba de los patronos, no como un agregado de individuos, sino como una clase. Como clase, “ellos” les denegaban los derechos políticos a los obreros. Si había una relación comercial, “ellos” recortaban sus salarios. Si el comercio mejoraba, tenía que luchar contra “ellos” para obtener cualquier porción de mejora. Si la comida era abundante, “ellos” tenían beneficio. Si era escasa su beneficio era mayor. “Ellos” conspiraban sobre la relación esencial de explotación, dentro de la cual todos los hechos tenían validez. Verdaderamente había fluctuaciones de mercado, malas cosechas y todo lo demás; pero mientras que la experiencia de la explotación intensificada era constante, las causas de las penurias eran variables. Éstas afectaban a la población obrera, no de forma directa, sino a través de la refracción de un sistema particular de propiedad y poder que distribuía las ganancias y las pérdidas con una gran parcialidad.
Los historiadores sociales del período más fecundos se han tropezado con la severa crítica de una notable empirista, y finalmente ambas partes han cedido terreno. En la actualidad, si bien ningún investigador serio está dispuesto a sostener que todo iba peor, tampoco está dispuesto a decir que todo estaba mejor. Tanto Wobsbawm como Ashton coinciden en que los salarios reales disminuyeron durante las guerras napoleónicas y sus consecuencias inmediatas.
De hecho, por lo que se refiere al período 1790-1830, hay muy pocas mejoras. La situación de la mayoría era mala en 1790, y siguió siendo mala en 1840, pero existe algún desacuerdo en cuanto al tamaño de los grupos relativos dentro de la clase obrera.

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